Que se alegren los que buscan al señor
La primera lectura del libro de los hechos de los apóstoles, habla de un milagro que sucedió en la puerta del Templo, Pedro y Juan subían al Templo a la oración de la tarde, y vieron a un lisiado que solían colocarlo siempre en la puerta del Templo para pedir limosnas; un lisiado es aquella persona que tiene una lesión física de manera permanente, especialmente en algunas de las extremidades, ya sean en los brazos o en las piernas, en este caso, quien pedía limosna tenía dicha lesión física en las piernas, lo cual le imposibilitaba camina; él, al ver a Pedro y a Juan que entraban al templo, le pidió la limosna, lo que no se imaginaba este lisiado, era que Pedro, en nombre de Jesús le iba a dar la limosna más valiosa que la que le hayan dado anteriormente. Pedro le dijo: "No tengo plata ni oro, te doy lo que tengo". Como sabemos, el señor Jesucristo le dio a los apóstoles muchos dones, como el de sanar a los enfermos y de expulsar a los demonios, y más aún luego de Pentecostés. Pedro estaba consciente y seguro de lo que iba a hacer, y la llama de su fe no se apagaba, al contrario crecía más y más, y confiando en la gloria del Señor, en el poder del Señor, en su nombre le dijo: "Echa a andar". Y por la fe de Pedro, este hombre fue sanado. Al instante se le fortalecieron los pies y los tobillos, se puso en pie de un salto, echó a andar y entró con ellos en el templo por su pie, dando brincos y alabando a Dios. Esta es la razón por la cual, el salmo de hoy nos dice: Que se alegren los que buscan al señor, porque los que buscan al Señor, son quienes reconocen su gloria, quienes reconocen su poder, quienes reconocen la perfección de su voluntad, así como este lisiado, que enseguida que el Señor por medio de Pedro, obró en Él, le alabó y le dio gracias, buscó al Señor y encontró la verdadera alegría. Este lisiado siendo otro, hubiese ido a un brujo a darle gracias por el trabajo que le montó, a ofrecerle cultos y sacrificios a maría lionza, a nicanor, al buda, al gato rojo, o a otras fábulas que lo que hacen es alejarnos de Dios. Él no, el buscó a quien verdaderamente obró en él, al rey de reyes, a Jesús de Nazaret.
Que arda nuestro corazón
El evangelio de hoy narra la hermosa historia que vivieron los discípulos que iban hacia Emaús, el día de la resurrección. Ellos iban conversando sobre lo sucedido; como sabemos, la muerte de nuestro Señor Jesucristo conmovió a la humanidad entera, a la naturaleza, y no solo por el hecho de su muerte sino por la envidia y el egoísmo de quienes tenían el poder en aquel tiempo, y más aún que tres días después la piedra estaba corrida y el cuerpo no estaba en la tumba. Ellos iban discutiendo y de repente, se les apareció un hombre extraño por el camino, un forastero, que se unió a la conversación, qué iban a saber ellos que era el Señor quien andaba con ellos, pero sí sentían algo extraño en Él, cada vez que hablaba, sentían algo extranormal en sus corazones. Jesús se estaba haciendo el loco, el que no sabía nada, y es por eso que los discípulos les dijeron "¿Eres tú el único forastero de la región que no sabe lo sucedido? y a lo largo del camino Jesús les fue explicando, las escrituras y el cumplimiento de las profecías, explicándoles desde Moisés en adelante; pero aún sus ojos no estaban abiertos, pero esa cosa extraña entre ellos aún prevalecía. Se hizo tarde, los discípulos llegaron a la aldea, e invitaron a aquel hombre a que no se fuera solo por ahí a correr peligro, ya que se hizo oscuro, y le invitaron a pasar, y ahí fue donde el señor les terminó de abrir los ojos, al pronunciar la bendición y al fraccionar el pan. Vivieron una catequesis y una experiencia de fe en la nueva presencia de Cristo. “A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero el desapareció”.
El Señor siempre está con nosotros, y a veces no nos damos cuenta
Son dos discípulos los que emprenden este camino, lo cual nos habla ya de una comunidad. Una comunidad que emprende un peregrinar, y sin saberlo aún, a un encuentro personal e íntimo con Cristo resucitado. No dejo de pensar, entonces, que toda la Iglesia peregrina se prefigurada en estos dos discípulos. Todos nos vemos reflejados en ellos, tal vez ya no en las dudas con respecto al Mesías, pero sí de nosotros mismos, del mundo, de las circunstancias. No son pocas las veces que emprendemos un peregrinaje a causa de desilusiones o tristezas, y dicho de nuevo, y tal vez sin saberlo tampoco nosotros, es un peregrinaje a un encuentro personal e íntimo con Cristo.
Cristo Resucitado, en toda su gloria, no deja de ocultarse en nuestra vida cotidiana de la forma más sencilla. No nos deslumbra portentosamente, sino que se nos muestra humilde y manso, y en este caso, se les presenta a los dos discípulos como otro viajero más. Y es ahí donde resalta la importancia de comprender que en este peregrinaje no estamos solos, Cristo mismo camina a nuestro lado. ¿Acaso no dijo Nuestro Señor que ahí donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos (Mt 18,20)?. Pues el Señor cumple sus promesas y nos lo hace ver de manera real y palpable, no nos abandona, cumpliendo su promesa de estar con nosotros hasta el fin de mundo (Mt 28,20)
Al encontrar en Cristo esta belleza, al conocerla, pero sin vivirla aún, así como a estos dos discípulos, nos nace entonces invitarle a quedarse con nosotros. No es del todo absurdo pensar que la emoción de los discípulos al escuchar a este peregrino durante el trayecto haya sembrado en ellos una luz de esperanza, y desean conocer más de lo que ya habían sido testigos anteriormente. No olvidemos que eran discípulos de Cristo, que habían presenciado su vida pública y seguramente presenciaron muchos de sus milagros, escucharon sus enseñanzas y vivieron su amor al prójimo de manera inmediata. Pero eso nos lleva, de nuevo, a otra reflexión. Y es el punto central de este relato. El evangelista nos muestra sin dejar duda alguna, sin ocultar detalle, de cómo la conversión, la verdadera conversión proviene de ese encuentro personal e íntimo con Cristo. Estar en la presencia misma de Cristo resucitado es aquel suceso portentoso, pero oculto, de cómo un corazón deja de ser de piedra y se hace carne (Ez 11,19). Los discípulos no reconocieron a Cristo en el peregrino, lo reconocieron en la partición del Pan y en el Pan mismo, y eso me lleva a otra reflexión. Nuestro Señor Jesucristo nos mostró con sublime sencillez la labor sacerdotal. Un sacerdote nos acompaña en comunidad, nos ofrece la Palabra Divina, nos la explica. Un sacerdote ilumina el camino a Emaús de cada uno de nosotros y como culmen de su labor ministerial, nos presenta a Cristo mismo, glorioso y resucitado, en la partición del Pan, en el Santísimo Sacramento del Altar. Y sin darnos cuenta, tal vez, recorremos el camino de Emaús cada domingo, cada santa misa es un peregrinaje al encuentro con Cristo resucitado. Si lo meditamos un poco, la tristeza de los peregrinos viene dada en el reconocernos pecadores; Cristo nos habla al corazón en la Liturgia de la Palabra, se nos muestra vivo y glorioso en la consagración del pan y el vino. Y todo, en manos del sacerdote, que dirige y acompaña este peregrinar. Nuestro Señor Jesucristo no solo camina con nosotros, sino que nos habla, y nos habla directamente al corazón. Al grado de hacernos “arder” el corazón con su Palabra. Es por eso que se mantiene oculto, no pretende deslumbrarnos a la vista, sino convertir corazones mediante su Palabra viva, porque escribe no con tinta, sino con el Espíritu del Dios viviente, no en tablas de piedra, sino de carne, es decir, en los corazones.
Te invito a que siempre tengas presente, que el Señor está siempre con nosotros, que nunca nos va a abandonar, nuestro deber es ir al encuentro del Señor con alegría, dejar que él nos transforme, que él nos de un nuevo corazón, que su palabra y sus obras ardan en nuestros corazones, para que siempre reconozcamos que Jesucristo es la primera razón de nuestras vidas.
¡Alegría mía, Cristo ha resucitado!
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