Estamos en el II Domingo de Pascua, también llamado Domingo de la Divina Misericordia; esta hermosa solemnidad nos llama a confiar siempre que Dios es misericordioso y su misericordia es eterna, y cuanto más grande sean nuestros pecados, más grande es la misericordia del señor. Hoy la palabra nos habla de los inicio de nuestra iglesia, y sobretodo del creer en Dios, el creer en la perfección de las obras de Dios, el creer en que su tiempo es perfecto.
La primera lectura nos habla, de los inicios de nuestra Madre Iglesia, de la Iglesia Primitiva, y como podemos ver, esta multitud de quien nos habla hoy el libro de los Hechos de los apóstoles tiene algo muy hermoso: Se dejaron enamorar de Dios, creyeron en Él, confiaron en su misericordia. Esta primera lectura nos muestra a lo que toda comunidad cristiana está llamada: "Ponerlo en común todo lo que se posea". hasta tal efecto de "tener un solo corazón y una sola alma", para que así "ninguno del grupo pase necesidad". No hay Pascua sin comunidad, no se puede vivir la Resurrección si no es con otros. Aquí no cabe el individualismo que tan perniciosamente la ambición ha metido dentro de nosotros. Nosotros como comunidad debemos estar unidos cada día, dejando la ambición atrás y los intereses personales, teniendo en cuenta siempre que Cristo va a estar con nosotros, tal como Él no los prometió, "Donde estén dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo”. Pero esto es muy fácil decirlo y no practicarlo; cuántas veces pretendemos dejar de ser de la comunidad, y faltamos a misa los domingos, como lo dije anteriormente, sin comunidad no hay pascua, porque recordemos que somos un cuerpo y Cristo es la cabeza, y yo nunca he visto a una cabeza caminando sola, necesita un cuerpo para poder caminar, y a pesar de que el señor todo lo puede, Él necesita que nosotros seamos una comunidad unida, como esa de la que nos habla los Hechos de los Apóstoles, una comunidad que vaya a donde hayan personas que aún no estén en el camino del señor, que aún no hayan descubierto la misericordia del Señor. Para entender aún más esta lectura, es necesario recordar las obras de misericordia:
- Corporales:
1. Dar de comer al hambriento
2. Dar de beber al sediento3. Dar posada al necesitado
4. Vestir al desnudo
5. Visitar al enfermo
6. Socorrer a los presos
7. Enterrar a los muertos
- Espirituales:
1. Enseñar al que no sabe
2. Dar buen consejo al que lo necesita
3. Corregir al que está en error
4. Perdonar las injurias
5. Consolar al triste
6. Sufrir con paciencia los defectos
de los demás
7. Rogar a Dios por vivos y difuntos
2. Dar buen consejo al que lo necesita
3. Corregir al que está en error
4. Perdonar las injurias
5. Consolar al triste
6. Sufrir con paciencia los defectos
de los demás
7. Rogar a Dios por vivos y difuntos
Ser comunidad no es solamente rezar la coronilla todos los días a las tres de la tarde, ser comunidad, no es rezar el rosario todos los días, ser comunidad no es ir a misa dos veces al día, ser comunidad no es aprenderse de memoria los mandamientos, o las catorce obras de misericordia; ser comunidad se trata de poner en práctica la palabra de Dios, sus mandatos y algo muy importante que hoy día de la Misericordia divina debemos tener en cuenta: Las catorce obras de la misericordia. Cuántas veces la indiferencia nos hace alejarnos de la comunidad, cuantas veces nos hacemos los locos y nos damos de comer al hambriento, o no damos de beber al sediento, cuántas veces tenemos un familiar o un amigo enfermo y ni siquiera vamos a llevarle una galleta de soda al hospital o a la casa, cuantas veces somos cómplices de muchas injusticias, cuantas veces criticamos y criticamos, en vez de enseñar, dar buenos consejos, corregir, cuántas veces decimos en el padre nuestro "perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden" cuando no perdonamos a nadie, y si perdonamos, nunca olvidamos, cuando el señor nos llama a perdonar, olvidar y a amar, cuantas veces perdemos la paciencia por cualquier cosa, todo esto nos hace también alejarnos de la comunidad, así no hay felicidad como esa felicidad de la que gozaban aquella multitud.
Por eso, Juan en su carta, nos confirma lo que el señor siempre dijo en el evangelio: El amor de Dios consiste en que cumplamos sus preceptos y cumplir sus preceptos implica esto, en ser un buen hermano, un buen miembro de esta comunidad. Él nos plantea que quien cree en Jesús ha nacido de Dios. Nacer de Dios es volver a nacer, y todo el que ha nacido de Dios vence al mundo. nuestra fe es la que nos ha dado la victoria sobre el mundo, nuestra fe es la que sostiene nuestra iglesia, nuestra fe en aquel que dio todo por nosotros, cómo no vamos a creer en aquél que dio todo por nosotros, cómo no creer en aquel que no escatimó su vida por nosotros, y gracias a este sacrificio, el fue glorificado. Cristo con ese sacrificio, salio de ese cuerpo frágil, de ese cuerpo mortal y lo convirtió en un cuerpo glorioso, un cuerpo incorrupto. Así como cuando compramos un perfume que está cerrado en su frasco, pero de repente, se nos cae el frasco y se rompe, ¿Qué es lo que pasa? el aroma se riega por todo el lugar, se esparce y se esparce, ese olor agradable deja de estar en ese frasco cerrado, y sale y aromatiza todo el lugar. Así pasa con Jesús, Él salió de ese frasco, el salió de ese cuerpo frágil, lo convirtió en un cuerpo glorioso, y regó sobre nuestras vidas un olor agradable que durará pera siempre, Él con su resurrección cambió nuestras vidas, Jesucristo, es el que se manifestó por medio del agua y de la sangre, para derramar así su misericordia infinita.
El evangelio de hoy, nos habla de esto, y nos llama a confiar en la misericordia de Dios. Hoy vemos dos situaciones que afectan la fe y la vida de comunidad. En primer lugar el miedo de los discípulos, estaban ocultos, y por otro lado lo incrédulo que fue Tomás. Cuantas veces tenemos miedo de decir que somos católicos, o peor, cuantas veces nos da pena decir que somos católicos, cuantas veces nos da pena orar antes de comer, santiguarnos en público, cuantas veces olvidamos que nuestro Dios no se quedó en una cruz sino que resucitó, cuantas veces nos olvidamos de la misericordia de Dios. Hermanos, confiemos siempre en el señor, confiemos siempre en su misericordia que es eterna, "Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia", Así canta la Iglesia en la octava de Pascua, casi recogiendo de labios de Cristo estas palabras del Salmo; de labios de Cristo resucitado, que en el Cenáculo da el gran anuncio de la misericordia divina y confía su ministerio a los Apóstoles: "Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.(...) Recibid el Espíritu Santo: a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos." Antes de pronunciar estas palabras, Jesús muestra sus manos y su costado. Es decir, señala las heridas de la Pasión, sobre todo la herida de su corazón, fuente de la que brota la gran ola de misericordia que se derrama sobre la humanidad. De este corazón sor Faustina Kowalska, la beata que a partir de ahora llamaremos santa, verá salir dos haces de luz que iluminan el mundo: "Estos dos haces -le explicó Jesús mismo- representan la sangre y el agua".
En este día Jesús les confía el don de "perdonar los pecados", un don que brota de las heridas de sus manos, de sus pies y sobre todo de su costado traspasado. Desde allí una ola de misericordia inunda toda la humanidad. Queridos hermanos, no tengamos miedo de ir a ser testigos de la misericordia del señor, porque cada vez que nos confesamos, somos testigos de la misericordia del señor, cada vez que nos confesamos nos estamos reconciliando con el señor y siendo buenos miembros de esa comunidad que Él formó, no seamos como Tomás, no esperemos ver señales para creer, dejémonos sorprender por el señor, confiando siempre en Él, arropándonos siempre en su infinita misericordia, porque Él es bueno y su misericordia es eterna. Jesús, en ti confío". Esta jaculatoria, que rezan numerosos devotos, expresa muy bien la actitud con la que también nosotros queremos abandonarnos con confianza en las manos y la misericordia del Señor.
Que hoy día de la Divina misericordia, el señor arda del deseo de ser amado, y que Él sea quien nos sintonice con los sentimientos de su corazón, para que así aprendamos a ser constructores de la nueva civilización del amor. Abandonèmonos en los rayos de la misericordia divina del señor para asi romper las barreras de la oscuridad y de la tristeza, de la duda y de la desesperación, y que cada día conozcamos más a Cristo, no por señales, sino por confiar en Él, porque conocer y amar a Cristo, es la razón de nuestras vidas.
¡Alegría mía, Cristo ha resucitado!
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