“Cuando
acabó de hablar, dijo a Simón: “Boga mar adentro, y echad vuestras redes para
pescar”. Simón le respondió: “Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no
hemos pescado nada; pero, pero basta que tú lo dices, echaré las redes”. Así
lo hicieron, y pescaron tan gran cantidad de peces que las redes amenazaban con
romperse”
Este relato bíblico, a lo mejor ha sido muy
significativo para un joven que discierne su vocación, precisamente porque
relata la vocación de los cuatros primeros discípulos de Jesús, quien estando a
la orilla del lago de Genesaret, subió a una de las barcas, la de Simón, a
quien le pidió que se alejara un poco de tierra para enseñar desde la barca a
aquella gente que se agolpaba a su alrededor, porque estaban necesitados de la
palabra de Dios.
Sin embargo, aunque son cuatro discípulos,
esta reflexión va a estar enfocada en sólo uno de ellos: Simón; a lo mejor el
más necio de todos los discípulos, pero su historia puede ser parecida a la de
cada joven que se siente llamado a echar las redes al mar.
Inicialmente, aunque esta reflexión va
enfocada también en el “echar las redes al mar”, no quisiera obviar que tenemos
un momento que aunque no parezca importante, sí lo es: la compasión de Jesús
con la gente que se agolpaba para escucharle, Él quería consolarlos, quería
darle alegría con su Palabra, sencillamente, quería que ellos tuviesen un
encuentro real con Él, más de verlo o escucharlo, creerle y seguirle. Pero hubo
un instrumento para esto: Jesús se montó en la barca de Simón para enseñar a
aquella gente, es decir, Simón dejó que Jesús se montara en la barca y
escuchando su súplica de alejarse de tierra, le obedeció y se alejó de tierra, y esta barca posiblemente
significaba su vida entera; si analizáramos todo esto, Jesús entró en la vida
de Pedro y desde allí enseñó a la gente.
Ahora bien, sería interesante tener en cuenta
el estado de ánimo de Simón, ¡toda la noche sin pescar!, es decir, su trabajo
en esa noche no dio fruto, y esto traería ciertas consecuencias no sólo para él
y su familia, sino para mucha gente que se alimentaba de esos peces. Pero Jesús,
sabiendo su estado de desánimo, de desespero, a lo mejor de rabia y decepción,
sólo le dijo: “echa las redes al mar”; seguro que Simón se sintió como cuando
le dicen a un músico “toca esa guitarra” y la guitarra no tiene cuerdas.
No obstante, Simón sí le hizo caso, sólo
porque el Maestro le dijo, pero lo hizo posiblemente después de refutarlo y decirle
que no habían peces, después de ponerle en cara que el profesional de la pesca
era él, que toda su vida estaba resumida ahí y que las iba a lanzar para
demostrarle que ahí no hay peces; y el hombre lanzó las redes, y eran tantos
los peces que las redes se iban a romper.
Este es el segundo gesto de generosidad de
Jesucristo: no fue hacer el trabajo de Simón sino alimentar a miles de personas
con estos peces; pero no fue Jesús quien echó las redes, fue Simón.
Cuántas veces en nuestra vida podemos ser
como Simón, que pasamos noches y noches en nuestra barca sin nada que pescar,
sin mantenernos, sin alimentar a la gente y sin esperanzas de nada. Cuántas
veces sentimos que Jesús nos invita a echar las redes, pero nos negamos y
seguimos con las redes de nuestro corazón totalmente vacías
Toda la obra de Jesús no es solo: ¡Él te
necesita para consolar a la gente! Es hora de que dejes entrar a Jesús a tu
barca y te alejes de tierra para que Él consuele a la gente que lo busca, para
que Él les dé alegría a todos ellos, que también como tú, sienten un vacío. El
vacío de la gente es que no ha encontrado a Jesús, pero tú que ya lo
encontraste, es probable que tu vacío es que Jesús no se ha montado en tu
barca, tu vacío es que esa gente tampoco ha encontrado a Jesús.
Simón dejó entrar en la barca a Jesús, es
decir, lo dejó entrar en su vida; es necesario que dejes que Jesús entre en tu
vida, porque con este gesto, mucha gente también lo tendrá en su corazón; y si
Jesús te sigue pidiendo algo más: ¡Echa las redes al mar!
Echar las redes al mar implica dejar de ser
soberbios, dejar de creer que sé de mi vida más que el Maestro; podrás ser el
hombre más profesional en la pesca, pero el que creó los peces sabe más que tú.
Echar las redes al mar es lanzarlas a lo profundo de tu corazón; allí donde
parece que no hay nada, donde crees que no hay esperanzas, allí el Señor puede
hacer mucho más de lo que tú crees.
Echar las redes es donar tu vida por amor,
para que así mucha gente se alimente. Esos peces alimentaron no sólo a Simón y
su familia, sino a mucha gente de ese pueblo; así obra Dios, con tu donación
puede alimentar a mucha gente. Así como estos peces alimentaron a la gente
porque Simón echó las redes al mar, tú podrás también alimentar al mundo,
confortar a los que sufren, fortalecer a quienes quieren ser fuerte, sumergir
al mundo en la Verdad de Cristo y llenar de alegría las vidas de aquellos que
están tristes, pero todo esto es posible sólo si echas las redes al mar.
En la calle hay mucha gente esperando que tú
eches las redes al mar, porque a lo mejor Dios te llama, para que Él entre a tu
barca, para que tú eches las redes y para que Él por medio de ti alimente a
toda esta gente que espera. No tengas miedo a echar las redes al mar, échalas a
lo profundo, a donde hay nada, porque ahí, Dios va a obrar.
Cuando te sientas desanimado, porque tu red
no tiene peces, ya sabes lo que tienes que hacer. Es la hora de negarte a ti
mismo, de dejar que Cristo haga su obra, de que la red se reviente de tantos
peces, pero todo esto es posible si tú, sin miedo ¡eches las redes al mar!
No hay comentarios:
Publicar un comentario