#YoSoyEvangelizadorDeLasRedes.

Cada día Dios nos habla, cada día Dios nos da un mensaje para que sigamos adelante, para que seamos testimonio de Él. Para escuchar la palabra de Dios no hace falta estudiar y estudiar, solo hay que disponerse a escuchar, a saber escuchar, a dejarse enamorar y sorprender por el amor de los amores. Este blog consiste en las reflexiones del evangelio del día. Cada día Dios tiene una palabra para nosotros y a su vez, algo diferente, algo aún mejor que lo de ayer, solo hay que confiar en su palabra y entregarse a él.
Evangelizar las redes es una misión que debemos tener, a veces las redes sociales son los lugares donde hacen falta más evangelización, comuniquemos que Cristo es la razón de nuestra existencia, comuniquemos que sin Cristo no somos nada, llevemos la palabra a todas partes, sin miedo, para que podamos decir #YoSoyEvangelizadorDeLasRedes.

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sábado, 22 de abril de 2017

AUTO-MISERICORDIA: CREER PARA TENER PAZ


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En este día tan especial para la Iglesia, la Palabra de Dios nos invita a ser misericordiosos con nosotros mismos. Venimos de un Año Jubilar de la Misericordia y hemos escuchado en diversas ocasiones que tenemos que ser misericordiosos como el Padre, con nuestros hermanos, con los que sufren, etc. Pero, ¿No sería interesante practicar una auto-misericordia?

La palabra misericordia viene del latín miser (miserable, desdichado) y cordis (corazón), y precisamente define aquel sentimiento que tengo en el corazón con aquél que sufre, en otras palabras, sentir el sufrimiento del otro. Entonces ¿Cómo es que voy a sentir mis propios sentimientos? ¡Es una redundancia!
Muchas veces pensamos que nos amamos, pero en realidad, amarse a uno mismo es algo que va más allá, y la misericordia está implicada en ese más allá.

La Palabra: La Verdad nos hace misericordiosos

La Palabra de Dios hoy no nombra la palabra “misericordia”, pero dentro de estas líneas se sobreentiende un gesto de amor, en primer lugar de Dios para con nosotros, en segundo lugar de nosotros para nuestros hermanos, y dentro de estos dos, de nosotros para con nosotros.

Cristianismo: ¿Utopía?

La primera lectura nos muestra cómo eran los primeros cristianos: vivían todos unidos, y lo tenían todo en común, una asistencia constante en las celebraciones, el amor sobresalía en ellos, pero sobre todo la alegría, y cada día se agregaban más a estas comunidades.
Nosotros como comunidad de Dios que hoy nos congregamos al igual que estos primeros cristianos, no debemos escapar de esta alegría, de este amor mutuo, pero sobre todo de esta misericordia, de este querer sentir lo que sienten los demás, de este sentido de hermandad.
Un hermano de una comunidad cristiana está pendiente si el otro hermano desayunó hoy, o si tiene cómo almorzar o si tiene cómo ir a la celebración, esto es un gesto de misericordia muy noble, pero también es un gesto de misericordia aceptar esta ayuda, no sólo estoy recibiendo este amor de hermano, sino que estoy aceptando la misericordia de éste hermano y por consiguiente estoy siento auto-misericordioso.
Pero esta misericordia no la aprendieron los cristianos por su cuenta, alguien se las enseñó, ¡y ese alguien los tuvo que transformar!

Cristo quiso transformar nuestras vidas

En la segunda lectura, Pedro nos afirma que por la resurrección de Jesucristo hemos nacido de nuevo, es decir, nos transformamos, hemos renovado nuestras fuerzas. Sin embargo, esta transformación no es tan fácil como parece, hay algo más que hay que vivir, no sólo esta vivencia perfecta de comunidad, sino también un trago amargo, entra el sufrimiento en esta historia.
El sufrimiento en la vida de un cristiano –aunque parezca contradictorio- no es motivo de tristeza, al contrario, ¡es motivo de alegría!, porque Dios permite estas pruebas en tu vida, no para ver si tienes fe, o para ver si confías en él, sino para aumentar tu capacidad de creer en él, para que comprendas cada día que sin él no eres nada, para que comprendas que la fiesta de tu vida se va a acabar si no invitas a Jesucristo a la fiesta.
Los cristianos de esta época ciertamente no hemos tenido un contacto físico con Jesucristo, como lo tuvieron los apóstoles, pero es tan grande este hombre, que sin conocerlo, sin verlo, ya lo amamos, y creemos en él, y cada año renovamos este gozo de que nos ama, un amor demostrado en cruz, un gozo demostrado en una tumba que está vacía; pero para esto es necesario creer.

El miedo: una ceguera que no nos deja ser misericordiosos

El evangelio de hoy nos muestra a unos apóstoles que están encerrados llenos de miedo, porque a lo mejor los iban a matar como mataron a Jesucristo, miedo a la opresión, como que les faltaba un empuje para cumplir la misión encomendada por Cristo.
Hay una palabra que va a calmar estos miedos: “Paz a vosotros” y con ella la muestra más grande de misericordia que Jesucristo ha tenido con todos nosotros: El Perdón de los pecados, pero no quisiera enfocar esta reflexión en este hecho tan grande de misericordia no sólo de Dios para con nosotros, sino del paso que nosotros mismos tenemos que dar hacia este gran sacramento.
Uno de los apóstoles no estaba con ellos, y como no vio los hechos, no quiso creer, pero ocho días después se le apareció Jesús, y allí creyó.
Todo esto quiere decir que Jesús va a mostrarnos muchas veces cuanto nos ama, pero somos nosotros quienes tenemos que dejar de estar ciegos y creer, creer que nos ama.

Creer: en verdad nos ama

Jesucristo dejó el lienzo doblado para decirnos que volvía, en cada misa doblamos el mismo lienzo para que podamos comprender que cada día se hará presente en el altar, pero hay que creer, sin ver, confiar y creer. 
En esta realidad hay muchos Tomás, que esperan ver para creer, y más hoy, en un país encerrado como los apóstoles, por miedo a los judíos, una ceguera de un pueblo pobre, en donde un hombre con hambre y con uniforme golpea y mata a un hombre con hambre y sin uniforme para defender a un hombre que no tiene hambre ni sufre lo que el pueblo sufre, y esto no es política es la realidad.
Este país no lo va a cambiar un partido político, sino que lo cambiará cada venezolano cuando aprenda a ser misericordioso consigo mismo, cuando se perdone, perdone a aquel hermano que piensa distinto y perdone a aquel que tanto daño le hizo, pero lamentablemente, esto está en un: “ver para creer”
Hoy el Señor quiere que tú creas en Él, la verdadera paz de un alma está en creer, y un acto de misericordia con nosotros mismos es aceptar la Paz que Cristo nos viene a traer.
Muchos otros signos hizo Jesús en este mundo, y son muchos los signos que hará en nuestra vida, en nuestra nación, en esta Patria en donde Él se quiso quedar para siempre. Sería inmoral decir “no tengas miedo” porque tenerlo es normal, pero sí ¡No le tengas miedo a tus miedos!
Que el Señor nos enseñe a ser misericordiosos con nosotros, con nuestros hermanos y con este mundo que tanto carece de este gesto de amor con Jesucristo.
La misericordia, más que sentir el sufrimiento del otro, es dejar que Jesucristo arrope con su amor nuestra miseria humana y con ella queme todo aquello que nos ha hecho daño y a la basura darle buen olor. Si en verdad quieres paz para tu vida, ¡Cree! Porque es la única forma de encontrar dicha paz. Si quieres ser misericordioso contigo mismo ¡Acepta la Paz que Cristo te da! 
¡Que la misericordia de Dios reine en nuestros corazones!

jueves, 20 de abril de 2017

LLAMADOS A SERVIR

Ciertamente la Iglesia es Santa, como se recita en el mismo credo “creo en la Iglesia que es una Santa, Católica y Apostólica”; esta santidad siempre va a existir, a pesar de que sus miembros no lo sean. La Santidad de la Iglesia invita a sus miembros a ser santos, es decir, a no seguir intentando manchar el nombre de la Iglesia con sus actos, y convertir estos actos en la muestra de santidad más notoria que la misma Iglesia ejerce: el Servicio.
Personalmente, diferencio el “servicio” del “Servicio”, porque hay uno por coacción y otro por convicción, más que convicción, por amor. Servicio es una palabra que viene del latín servus que significa siervo, es decir, alguien que se abaja, se anonada y se pone a disposición del otro.
Con todo esto, el primer paso para Servir es bajarse de una nube construida por nosotros mismos, que nos lleva a pensar que somos más que los demás y que aquél demás me tiene que servir, porque soy superior a él. Para Servir es necesario reconocer que todos somos iguales, es más, es necesario rebajarse y servirle al otro como si fuera nuestro amo, nuestro maestro o jefe, y Jesucristo mismo lo enseñó con su vida y esto se puede observar con el gesto de lavarle los pies a los discípulos, algo que sólo lo hace un siervo hacia su amo; entonces, si Jesucristo hizo esto ¿Los apóstoles son más que Cristo? ¿No era mejor que los apóstoles le lavasen los pies a Cristo? ¿Qué quiso decir Jesucristo con todo esto?
Las preguntas anteriormente mencionadas son completamente válidas, y todas ellas tienen una respuesta: Jesucristo, quiere que seamos Siervos de nuestros hermanos. 
El Servicio es algo muy bonito, pero cuando se hace con amor, hoy lamentablemente esto se ha distorsionado, muchos sirven, pero por algún interés personal, es como un político que hace las cosas Iglesianarse un voto; el servidor de la Iglesia no debe caer en este servicio y vamos a ubicarlo en nuestros propios ámbitos:
Un sacerdote debe Servir por amor, pues para eso se ha consagrado, él pasa por un proceso donde se hace discípulo por 
tener un encuentro personal con Cristo, para más adelante configurarse con el Buen Pastor y así, toda su vida amar y querer dar la vida por sus ovejas, como Cristo lo hizo. Parece contradictorio, pero el verdadero servidor en la Iglesia es el sacerdote y en todos sus aspectos, desde el servir la Mesa para el Gran Banquete hasta servir la mesa a un indigente. Un sacerdote que le encante que le equivocadotá totalmente distorsionado, equivocado y desubicado, es la muestra de hipocresía más notoria, está actuando como los mismos fariseos que quisieron crucificar Jesucristo; en la Iglesia no deben haber sacerdotes que piensen que los ministros, catequistas y demás miembros se hicieron para ser los esclavos de los curas, principal el Servicio. El sacerdote es el principal sujeto que debe dar testimonio del Evangelio, de la vida de Jesucristo, y con todo esto se puede decir que el Sacerdote es el principal testimonio del Servicio, y con su testimonio enseñar a los demás a ser Siervos. El Servicio sacerdotal es un testimonio que no sólo debe estar cuando está presente el obispo, sino en toda su vida ministerial, desde con sus fieles hasta con sus hermanos de presbiterio; todo esto se traduce a lavarle los pies a los demás, no como un simple gesto litúrgico de Jueves Santo, sino comprender el sentido de esto y llevarlo durante su vida.
Un seminarista por ver estos malos ejemplos y por construir castillos encima de nubes en su cabeza, puede tener una visión distorsionada del Servicio, pero también un seminarista puede crear este concepto de servicio por sus propios intereses, un árbol mal 
nacido viene de una mala siembra y si un seminarista es así desde el semillero, en el arbolar de su Ministerio Sacerdotal no va a dar frutos, sino cizaña. Un seminarista que sirva para que los formadores lo vean, es el mismo seminarista que mientras el formador no esté hará desastre con su vida y su formación. Un seminarista que sirva para ganarse la confianza de los formadores y tener a Dios amarrado por la barba es el mismo seminarista que cuando se ordene va a trabajar sólo cuando el obispo lo vea, es el mismo cura que servirá para que el obispo le dé las mejores parroquias, ¡Qué distorsión! La dimensión comunitaria de la formación es la propicia para realizar el 
servicio, el cual debe comenzar desde con los hermanos mayores, hasta con los hermanos menores. El servicio del seminario no consiste en jerarquías, en que el menor es esclavo del mayor, sino 
en el Amor, el verdadero Servicio por convicción no es tener confianza con los formadores y pasear con ellos a cada rato, sino trabajar para que la Iglesia esté bien, por Amor a mi casa, por Amor 
a mi vocación, por Amor a mis hermanos y por supuesto, por Amor al mismo Cristo que me ha llamado a servir. Un seminarista que no sirve se ha equivocado muy bruscamente de su vocación, un seminarista que sirva por coacción, ¡mejor que se postule a una elección de alcaldes a ver si la gente le cree y gana! 
Un Laico puede caer en servir para ganarse la confianza de su párroco, para que lo feliciten o para que lo pongan en un buen puesto. La Iglesia no es una empresa, es una Madre y a parte de Madre es una Casa, y la Casa es de todos. Un Laico no puede limitar su servicio a un sacerdote, sino a sus hermanos. Esto de tratar mal nuestros propios hermanos y aparentar falsa santidad delante de un párroco son cosas que carecen de sinceridad y propias de un ser hipócrita. Un Laico debe Servir como el mismo Cristo lo hizo, y como los mismos apóstoles lo hicieron entre sí desde que conocieron al Maestro. Un buen Laico es aquel que se le olvida que su hermano es más o menos que él y comienza a servirle, es aquél que ama a sus hermanos sin importar sus problemas, es aquel que toma lo bueno de sus líderes y los lleva a la práctica. Un buen Ministro de la servicioía es aquel que no limita su servicio a dar la comunión, sino que lo lleva a hasta tomar una escoba y barrer. Un buen Catequistaes aquél que se entrega por completo a la enseñanza de la doctrina de la fe, pero que también colabora con los otros servicios. Un buen Minsiterio de música es aquel que Sirve para alabar a Dios, que tiene presente que la Misa no es un concierto, y que Sirve teniendo presente que todos estos talentos son para alabanza y gloria de nuestro Dios.
Por último, el Servicio es algo muy amplio, que muchos a lo mejor hacen sin darse cuenta y que otros sabiendo hacerlo no lo hacen. El Servicio es como la Santidad, nadie está exenta de ella. Un Sacerdote en un retiro dijo “La santidad es igual a la felicidad y 
viceversa” hoy yo digo también “El servicio es igual que ser feliz, y la
felicidad es igual a la santidad” ¡Procuremos nosotros a servir! Como 
lo dijo Teresa alguna vez “Quien no vive para servir, no sirve para 
vivir”, y yo agregaría: Quien no sirve para amar, ¡no sirve para nada!


¡Seamos Siervos por el Amor de CRISTO!