#YoSoyEvangelizadorDeLasRedes.

Cada día Dios nos habla, cada día Dios nos da un mensaje para que sigamos adelante, para que seamos testimonio de Él. Para escuchar la palabra de Dios no hace falta estudiar y estudiar, solo hay que disponerse a escuchar, a saber escuchar, a dejarse enamorar y sorprender por el amor de los amores. Este blog consiste en las reflexiones del evangelio del día. Cada día Dios tiene una palabra para nosotros y a su vez, algo diferente, algo aún mejor que lo de ayer, solo hay que confiar en su palabra y entregarse a él.
Evangelizar las redes es una misión que debemos tener, a veces las redes sociales son los lugares donde hacen falta más evangelización, comuniquemos que Cristo es la razón de nuestra existencia, comuniquemos que sin Cristo no somos nada, llevemos la palabra a todas partes, sin miedo, para que podamos decir #YoSoyEvangelizadorDeLasRedes.

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jueves, 19 de febrero de 2015

MENSAJE DE CUARESMA DEL SANTO PADRE FRANCISCO, 2015


«Fortalezcan sus corazones» (St 5,8)

Queridos hermanos y hermanas:
La Cuaresma es un tiempo de renovación para la Iglesia, para las comunidades y para cada creyente. Pero sobre todo es un «tiempo de gracia» (2 Co 6,2). Dios no nos pide nada que no nos haya dado antes: «Nosotros amemos a Dios porque él nos amó primero» (1 Jn 4,19). Él no es indiferente a nosotros. Está interesado en cada uno de nosotros, nos conoce por nuestro nombre, nos cuida y nos busca cuando lo dejamos.
Cada uno de nosotros le interesa; su amor le impide ser indiferente a lo que nos sucede. Pero ocurre que cuando estamos bien y nos sentimos a gusto, nos olvidamos de los demás (algo que Dios Padre no hace jamás), no nos interesan sus problemas, ni sus sufrimientos, ni las injusticias que padecen… Entonces nuestro corazón cae en la indiferencia: yo estoy relativamente bien y a gusto, y me olvido de quienes no están bien. Esta actitud egoísta, de indiferencia, ha alcanzado hoy una dimensión mundial, hasta tal punto que podemos hablar de una globalización de la indiferencia. Se trata de un malestar que tenemos que afrontar como cristianos.
Cuando el pueblo de Dios se convierte a su amor, encuentra las respuestas a las preguntas que la historia le plantea continuamente. Uno de los desafíos más urgentes sobre los que quiero detenerme en este Mensaje es el de la globalización de la indiferencia.
La indiferencia hacia el prójimo y hacia Dios es una tentación real también para los cristianos. Por eso, necesitamos oír en cada Cuaresma el grito de los profetas que levantan su voz y nos despiertan.
Dios no es indiferente al mundo, sino que lo ama hasta el punto de dar a su Hijo por la salvación de cada hombre. En la encarnación, en la vida terrena, en la muerte y resurrección del Hijo de Dios, se abre definitivamente la puerta entre Dios y el hombre, entre el cielo y la tierra.
Y la Iglesia es como la mano que tiene abierta esta puerta mediante la proclamación de la Palabra, la celebración de los sacramentos, el testimonio de la fe que actúa por la caridad (cf. Ga 5,6). Sin embargo, el mundo tiende a cerrarse en sí mismo y a cerrar la puerta a través de la cual Dios entra en el mundo y el mundo en Él. Así, la mano, que es la Iglesia, nunca debe sorprenderse si es rechazada, aplastada o herida.
El pueblo de Dios, por tanto, tiene necesidad de renovación, para no ser indiferente y para no cerrarse en sí mismo. Querría proponerles tres pasajes para meditar acerca de esta renovación.
1. «Si un miembro sufre, todos sufren con él» (1 Co 12,26) – La Iglesia
La caridad de Dios que rompe esa cerrazón mortal en sí mismos de la indiferencia, nos la ofrece la Iglesia con sus enseñanzas y, sobre todo, con su testimonio. Sin embargo, sólo se puede testimoniar lo que antes se ha experimentado. El cristiano es aquel que permite que Dios lo revista de su bondad y misericordia, que lo revista de Cristo, para llegar a ser como Él, siervo de Dios y de los hombres.
Nos lo recuerda la liturgia del Jueves Santo con el rito del lavatorio de los pies. Pedro no quería que Jesús le lavase los pies, pero después entendió que Jesús no quería ser sólo un ejemplo de cómo debemos lavarnos los pies unos a otros. Este servicio sólo lo puede hacer quien antes se ha dejado lavar los pies por Cristo. Sólo éstos tienen "parte" con Él (Jn 13,8) y así pueden servir al hombre.
La Cuaresma es un tiempo propicio para dejarnos servir por Cristo y así llegar a ser como Él. Esto sucede cuando escuchamos la Palabra de Dios y cuando recibimos los sacramentos, en particular la Eucaristía. En ella nos convertimos en lo que recibimos: el cuerpo de Cristo. En él no hay lugar para la indiferencia, que tan a menudo parece tener tanto poder en nuestros corazones. Quien es de Cristo pertenece a un solo cuerpo y en Él no se es indiferente hacia los demás. «Si un miembro sufre, todos sufren con él; y si un miembro es honrado, todos se alegran con él» (1 Co 12,26).
La Iglesia es communio sanctorum porque en ella participan los santos, pero a su vez porque es comunión de cosas santas: el amor de Dios que se nos reveló en Cristo y todos sus dones. Entre éstos está también la respuesta de cuantos se dejan tocar por ese amor. En esta comunión de los santos y en esta participación en las cosas santas, nadie posee sólo para sí mismo, sino que lo que tiene es para todos.
Y puesto que estamos unidos en Dios, podemos hacer algo también por quienes están lejos, por aquellos a quienes nunca podríamos llegar sólo con nuestras fuerzas, porque con ellos y por ellos rezamos a Dios para que todos nos abramos a su obra de salvación.
2. «¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9) – Las parroquias y las comunidades
Lo que hemos dicho para la Iglesia universal es necesario traducirlo en la vida de las parroquias y comunidades. En estas realidades eclesiales ¿se tiene la experiencia de que formamos parte de un solo cuerpo? ¿Un cuerpo que recibe y comparte lo que Dios quiere donar? ¿Un cuerpo que conoce a sus miembros más débiles, pobres y pequeños, y se hace cargo de ellos? ¿O nos refugiamos en un amor universal que se compromete con los que están lejos en el mundo, pero olvida al Lázaro sentado delante de su propia puerta cerrada? (cf. Lc 16,19-31).
Para recibir y hacer fructificar plenamente lo que Dios nos da es preciso superar los confines de la Iglesia visible en dos direcciones.
En primer lugar, uniéndonos a la Iglesia del cielo en la oración. Cuando la Iglesia terrenal ora, se instaura una comunión de servicio y de bien mutuos que llega ante Dios. Junto con los santos, que encontraron su plenitud en Dios, formamos parte de la comunión en la cual el amor vence la indiferencia.
La Iglesia del cielo no es triunfante porque ha dado la espalda a los sufrimientos del mundo y goza en solitario. Los santos ya contemplan y gozan, gracias a que, con la muerte y la resurrección de Jesús, vencieron definitivamente la indiferencia, la dureza de corazón y el odio. Hasta que esta victoria del amor no inunde todo el mundo, los santos caminan con nosotros, todavía peregrinos. Santa Teresa de Lisieux, doctora de la Iglesia, escribía convencida de que la alegría en el cielo por la victoria del amor crucificado no es plena mientras haya un solo hombre en la tierra que sufra y gima: «Cuento mucho con no permanecer inactiva en el cielo, mi deseo es seguir trabajando para la Iglesia y para las almas» (Carta 254,14 julio 1897).
También nosotros participamos de los méritos y de la alegría de los santos, así como ellos participan de nuestra lucha y nuestro deseo de paz y reconciliación. Su alegría por la victoria de Cristo resucitado es para nosotros motivo de fuerza para superar tantas formas de indiferencia y de dureza de corazón.
Por otra parte, toda comunidad cristiana está llamada a cruzar el umbral que la pone en relación con la sociedad que la rodea, con los pobres y los alejados. La Iglesia por naturaleza es misionera, no debe quedarse replegada en sí misma, sino que es enviada a todos los hombres.
Esta misión es el testimonio paciente de Aquel que quiere llevar toda la realidad y cada hombre al Padre. La misión es lo que el amor no puede callar. La Iglesia sigue a Jesucristo por el camino que la lleva a cada hombre, hasta los confines de la tierra (cf. Hch 1,8). Así podemos ver en nuestro prójimo al hermano y a la hermana por quienes Cristo murió y resucitó. Lo que hemos recibido, lo hemos recibido también para ellos. E, igualmente, lo que estos hermanos poseen es un don para la Iglesia y para toda la humanidad.
Queridos hermanos y hermanas, cuánto deseo que los lugares en los que se manifiesta la Iglesia, en particular nuestras parroquias y nuestras comunidades, lleguen a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia.
3. «Fortalezcan sus corazones» (St 5,8) – La persona creyente
También como individuos tenemos la tentación de la indiferencia. Estamos saturados de noticias e imágenes tremendas que nos narran el sufrimiento humano y, al mismo tiempo, sentimos toda nuestra incapacidad para intervenir. ¿Qué podemos hacer para no dejarnos absorber por esta espiral de horror y de impotencia?
En primer lugar, podemos orar en la comunión de la Iglesia terrenal y celestial. No olvidemos la fuerza de la oración de tantas personas. La iniciativa 24 horas para el Señor, que deseo que se celebre en toda la Iglesia —también a nivel diocesano—, en los días 13 y 14 de marzo, es expresión de esta necesidad de la oración.
En segundo lugar, podemos ayudar con gestos de caridad, llegando tanto a las personas cercanas como a las lejanas, gracias a los numerosos organismos de caridad de la Iglesia. La Cuaresma es un tiempo propicio para mostrar interés por el otro, con un signo concreto, aunque sea pequeño, de nuestra participación en la misma humanidad.
Y, en tercer lugar, el sufrimiento del otro constituye un llamado a la conversión, porque la necesidad del hermano me recuerda la fragilidad de mi vida, mi dependencia de Dios y de los hermanos. Si pedimos humildemente la gracia de Dios y aceptamos los límites de nuestras posibilidades, confiaremos en las infinitas posibilidades que nos reserva el amor de Dios. Y podremos resistir a la tentación diabólica que nos hace creer que nosotros solos podemos salvar al mundo y a nosotros mismos.
Para superar la indiferencia y nuestras pretensiones de omnipotencia, quiero pedir a todos que este tiempo de Cuaresma se viva como un camino de formación del corazón, como dijo Benedicto XVI (Ct. enc. Deus caritas est, 31).
Tener un corazón misericordioso no significa tener un corazón débil. Quien desea ser misericordioso necesita un corazón fuerte, firme, cerrado al tentador, pero abierto a Dios. Un corazón que se deje impregnar por el Espíritu y guiar por los caminos del amor que nos llevan a los hermanos y hermanas. En definitiva, un corazón pobre, que conoce sus propias pobrezas y lo da todo por el otro.
Por esto, queridos hermanos y hermanas, deseo orar con ustedes a Cristo en esta Cuaresma: "Fac cor nostrum secundum Cor tuum": "Haz nuestro corazón semejante al tuyo" (Súplica de las Letanías al Sagrado Corazón de Jesús). De ese modo tendremos un corazón fuerte y misericordioso, vigilante y generoso, que no se deje encerrar en sí mismo y no caiga en el vértigo de la globalización de la indiferencia.
Con este deseo, aseguro mi oración para que todo creyente y toda comunidad eclesial recorra provechosamente el itinerario cuaresmal, y les pido que recen por mí. Que el Señor los bendiga y la Virgen los guarde.
Vaticano, 4 de octubre de 2014
Fiesta de san Francisco de Asís
FRANCISCUS PP.

sábado, 7 de febrero de 2015

EL VALOR DE LA GENEROSIDAD DE NUESTROS PASTORES


       Durante esta semana, la carta a los hebreos nos ha hablado sobre la generosidad, sobre lo grande que es el ser generoso, y he querido resaltar la generosidad de aquellos quienes en nuestros momentos más difíciles, saben guiarnos. La lectura de la Carta a los Hebreos, hoy nos dice que no nos olvidemos nunca de practicar la generosidad y de compartir con los demás nuestros bienes; No hay nada mejor que compartir, que ser generoso; ser generoso no es dar cuando sobra, ni dar cuando no tenemos, sino dar cuando no nos sobra. A Dios no le agrada que usted tenga una fe basada en ritos y símbolos, a Dios no le importa que usted sólo valla  a treinta peregrinaciones al año, que rece los cuatro misterios del rosario un mismo día, que se ponga en la muñeca una pulsera de la Virgen, que tenga un crucifijo guindando en el cuello, que se ponga el escapulario rojo el día del corazón de Jesús, etc.; No, al Señor lo que más le agrada es que seamos generosos, que compartamos con aquel que necesita de lo que yo tengo,  que todos nos preocupemos para que cada uno de nosotros esté bien, pero sobretodo, los sacrificios que le agrada al señor son aquellos que consiste en ser dóciles y obedientes con nuestros pastores, dejémonos pastorear por ellos, dejémonos guiar por aquellos que se desvelan para que nosotros caminemos por buenas sendas.



      Hoy el evangelio nos relata un pasaje donde señala que Jesús y sus apóstoles trataban de descansar, y se fueron a un lugar tranquilo, porque la gente no les daba tiempo ni para comer. Sin embargo esto no se pudo, pues la gente los reconoció en seguida, y Jesús como todo buen pastor, le dio lástima con esa gente, porque parecían ovejas sin pastor, así que, se puso a enseñarles. A veces somos injustos con nuestros pastores, que a pesar de su bondad y de su generosidad  - tal como lo hizo Jesús con esa gente, que a pesar que estaba cansado los atendió y les predicó - , hay personas que sabiendo lo cansado que están, y el estrés que causa este trabajo complicado, le reclaman y lo insultan porque no le nombraron al muerto en la misa, o porque la misa comenzó 5 minutos tarde; y lo peor es que a veces esas personas no se lo dicen en la cara a los sacerdotes, sino que en vez de orar por ellos y por las vocaciones, empiezan a criticarlos desde su interior, y luego van con una hipócrita sonrisa a saludarlos y a decirles que lo aprecia. Si  tenemos ese trato con nuestros pastores, entonces ¿Por qué nos preguntamos, la razón del carácter de ellos?, ¿Por qué nos quejamos de lo estricto que son nuestros pastores, si no le hacemos caso a sus consejos?.

      Si en verdad queremos que nuestros diáconos, sacerdotes y obispos sean alegres, trabajen con felicidad y no tengan siempre una cara de amargado, seamos obediente, y hagamos lo que nuestros pastores nos diga para caminar por esas sendas del bien que nos llevará a Dios. Cuán grande es la generosidad de los sacerdotes, esos pastores que por el bien de sus ovejas  no les importa acostarse a las 12 de la medianoche, escribiendo sus homilías, preparando la liturgia, orando por sus feligreses; esos pastores que no les importa que les llamen a las tres de la madrugada para ir a dar una unción a un enfermo; esos pastores que no les importa lo agotado que estén, pero sus feligreses no se van a quedar sin comunión un día; esos pastores que oyen nuestras faltas todo el día; esos pastores que se esmeran para que seamos buenas ovejas, fieles a la voz de nuestro Divino y Buen Pastor; esos pastores que con ellos está el Dios de la paz, el que mediante la sangre de una alianza eterna, resucitó de entre los muertos al pastor eterno de las ovejas; esos pastores enriquecidos con los dones que Dios ha derramado sobre ellos, esos pastores que siempre estarán vigilando por el bien de sus ovejas.


    En vez de criticar al cura, oremos por ellos, por su salud, por su vida, por su familia, por su vocación, oremos para que el Espíritu Santo sea aquel, que por medio de esos pastores nos hablen, oremos para que los sacerdotes estén cada día enamorados de su vocación, oremos para que cada día aumenten las vocaciones sacerdotales y religiosas, para que cada día sean más los hombres llamados y elegidos a ser testigos y ministro de la palabra, de la misericordia y del Cuerpo Sacramentado de Jesucristo, la primera razón de nuestras vidas, oremos y démosle gracias a Dios por la generosidad de nuestros pastores, porque el tan solo hecho de dejar todo por servirle al Buen Pastor y a su rebaño, es un gran gesto de generosidad..

lunes, 2 de febrero de 2015

LA SANTA EUCARISTÍA ¿Cómo vivirla?


     La Santa Eucaristía, el milagro de amor infinito e incomparable de Jesús hacia nosotros, un santo sacramento que  más que un rito es una vivencia, un momento especial con Jesús que nosotros debemos vivir. Jesús nos dejó este memorial para que tengamos vida eterna, para que fuésemos felices  y para que cada día lo conociéramos más y más. Si hay algo por el cual nosotros debemos estar alegres y el cual debemos vivir alegres, es por este mandato que Jesús les dio a sus discípulos “Hagan esto en memoria mía” (Lc 22; 19), si de algo debemos estar alegres, es porque Jesús por medio de ese sacramento por medio de la acción del Espíritu Santo cuando el sacerdote extiende sus manos sobre el pan y el vino se queda con nosotros para siempre, y nos hace partícipes de su felicidad. Si nosotros reflexionáramos, pudiéramos decir: Qué raro, Jesús siendo el Rey de Reyes, el dueño y señor de toda la tierra, de todo el universo, de toda la humanidad, aquel quien es alabado por todas las potestades del cielo, se queda con nosotros en ese humilde pan, ¿Cuál razón más hay para estar felices? ¿Qué cosa causa más felicidad que estar con Jesús?
    Cuando digo que hay que vivir alegres la eucaristía, no quiere decir que hay que hacer de la eucaristía, una alboroto, donde pretendamos convertirla en un concierto de Rock, o en una fiesta de salsa casino, o en una discoteca, sino vivir en realidad esa alegría, vivir en verdad esa armonía que transmite ese majestuoso momento, estar alegres es transmitir esa alegría cuando lo glorificamos con nuestros cantos de alabanzas, cuando convertimos a la iglesia en un  coro de ángeles, donde la acción del Espíritu Santo es tan grande y tan poderosa, que no se sabe si el cielo bajó o la iglesia subió, una cosa es alegría y otra cosa es alboroto.
     Es bueno saltar y brincar de gozo porque Jesús está con nosotros, pero hay momentos específicos para cada cosa, en la Eucaristía Jesús nos invita a alabarle con alegría, a pedirle perdón con verdadero arrepentimiento, a proclamar su palabra con entusiasmo,  a pedirle que obre en nosotros con fe, a ofrecerle nuestras vidas con total confianza, a adorarle con firmeza, a recibirlo con armonía, y a ser bendecidos por su amor incomparable. San Juan María de Vianney nos dijo, que si conociésemos lo que realmente significa la eucaristía, nos muriéramos de la alegría.  No es que quiera que en la misa, los hombres caminen de rodillas y con los ojos cerrados dentro de la iglesia, ni que las mujeres se pongan velo, sino que realmente se viva la misa como lo que es, una muestra inmensa de amor la cual debemos vivir en armonía.
      Hay un tiempo para cada cosa, un tiempo para hablar, otro para comer, otro para dormir, un tiempo para compartir nuestra amistad, un momento para que los novios y esposos  tengan su rato de amor y  así sucesivamente, sería algo inoportuno, hablar de los cuentos de Emilio Lovera y de Laureano Márquez en un velorio, o pedirle matrimonio a una viuda el día que se le murió el marido;  así como nos sorprenden esos escenarios que son bochornosos, lo mismo pasa en la misa. Cuando un grupo está reunido en la plaza, lo único que hacen es tomar el teléfono con su mano y mirarlo, revisarlo, chatear con quien esté conectado en cualquier red social, en fin, ese grupo que está reunidos no dialoga, pero cuando están dentro de la misa hablan de las arepas que se le están quemando, de la novela que terminó anoche, de que Caribes le ganó a Magallanes, de que el Bolívar se devaluó, de que aquella mujer tiene la camisa rota, de que aquel no se peinó, de cuál película vamos a ver en el cine, de que la miss universo es bonita, en fin, indeterminadas bufonadas que hacen que ellos pierdan su tiempo en ir a la misa solo por ir y no para vivirla y hacen que las personas que en verdad vinieron para vivir  la misa, pierdan la concentración.
     Cuando estamos desocupados en la casa, sin hacer nada,  viendo televisión, para ver qué están pasando de bueno, nadie nos llama, pero la gente tiene que llamar precisamente en la hora que estamos en misa, y si estamos viendo la película o la novela, no contestamos el teléfono porque “estamos ocupado” pero  cuando estamos en la misa, lo agarramos “por una emergencia”, esas “emergencia” también hacen que usted pierda el tiempo en ir a la misa por ir y no por vivirla y hace que los fieles pierdan esa armonía.
      Cuando son las 12 de la noche, lo que hacemos es ver televisión, o revisar el teléfono y el tiempo que hay para dormir, lo tomamos para hacer otra cosa, pero cuando vienes a misa te provoca es dormir porque el cura habla mucho. Esa siesta en la iglesia también forma parte de las perdederas de tiempo de aquellos que vienen a la misa sólo por ir y no por vivirla.
     En términos griegos la palabra “cronos” significa un tiempo determinado o  un lapso de tiempo, la palabra “Kairós” es un momento especial de determinado tiempo, es decir, “cronos” es la línea de tiempo y “Kairós” es un punto de la línea de tiempo, es decir, algo importante que ocurrió en ese tiempo. “Kairoi” significa “Instante con Dios”, es un término que conocemos porque unos jóvenes evangelizadores tienen ese nombre para el grupo.
     Vamos a utilizar estos términos para reflexionar sobre el verdadero sentido de la eucaristía: La Eucaristía es un Kairoi (Instante con Dios), aunque sabemos que Cristo está y estará siempre con nosotros en ese sagrario, en tan solo un instante se hace presente en el altar, no para que estés distraído en otra cosa, sino para que hagas de ese momento un Kairós (Momento especial con Dios) del Cronos (tiempo que Dios te ha dado para estár aquí). No pierdas tu tiempo en ir a la Eucaristía solo por cumplir, sino que vívela, y has de ese Kairoi un Kairós, y así, tu concentración en la eucaristía será tan perfecta, que te va a gustar ir a la Eucaristía todos los días, y no para que te acostumbres a ir a la misa, sino para que cada día te sorprendas más y más, de ese amor tan grande. Hagamos de nuestro cronos un Kairós, donde nuestra vida sea siempre, un momento especial con Jesucristo, la primera razón de nuestras vidas.